El agua es el elemento más esencial para la existencia de vida, y por otra parte, la energía es el recurso que más impacto tiene en nuestra calidad de vida.
A nadie se le escapa que existe una gran correlación entre el agua y la energía. Hasta hace poco, se pensaba en la producción de energía a partir del agua (energía hidroeléctrica especialmente). Efectivamente, la humanidad ha utilizado desde tiempos inmemoriales el agua como fuente de energía.
Poco a poco, se fue dando paso a la introducción de tecnología en el aprovechamiento de esa energía potencial de mares y ríos para la conversión a energía eléctrica o mecánica.
No cabe duda de que en la actualidad hemos alcanzado un alto grado de desarrollo en este aprovechamiento, obteniendo una parte importante de la energía, que además no consume recursos naturales perecederos.
Sin embargo, en los últimos años se ha pasado a un análisis mucho más profundo de las implicaciones “agua vs energía”.
Hemos pasado de “agua genera energía”, a “agua consume energía” y “producir energía requiere agua”.
En este escenario, nos encontramos con un círculo vicioso, ya que el ciclo del agua es exigente en términos energéticos, y por tanto se generan emisiones de gases efecto invernadero, que van alterando el clima. Ello supone una alteración del régimen de lluvias, con la aparición de más episodios de sequía, que finalmente desembocan en una mayor demanda de energía.
En cualquiera de los distintos apartados del ciclo del agua, (captación, tratamiento, distribución, consumo, alcantarillado, tratamiento del agua residual, vertido final) la energía es la partida de coste variable más importante.
El creciente coste de la energía exige mayor eficiencia en la gestión del ciclo del agua y la necesidad de mitigar el cambio climático cada vez más presente, también exige una mayor eficiencia en todos los procesos.
Es lo que podríamos denominar círculo vicioso de insostenibilidad. Su reversión pasa por una mejora en la eficiencia y una reducción escalonada y racional del consumo.
Cada paso que da el ciclo del agua, tiene su consumo energético asociado. Lamentablemente no se han hecho, hasta hace muy poco, balances de consumo agregado, y ello ha enmascarado la realidad del problema.
Los impactos y costes se diluyen en las distintas fases, y finalmente los pagan multitud de usuarios. Ello hace que no se tenga conciencia del consumo y por ende del coste global energético en el ciclo del agua. Una vez más, nos encontramos con la necesidad de analizar y gestionar de forma agregada el ciclo del agua.
Para tomar conciencia del impacto que supone el consumo energético en el ciclo del agua ha nacido el concepto de Huella Energética del Agua, HEA, consistente en medir el consumo en cada apartado del ciclo y proceder al cálculo agregado.
En este sentido, no es casual que California sea precursora, porque por una parte su escasez de agua les ha llevado a ser punteros en gestión de la demanda y aprovechamiento de todos los recursos, y por otra, la crisis energética que sufrieron hace una década, ha significado una preocupación especial en esa materia.
En España, la ciudad de Valencia fue la primera en llevar a cabo un proceso riguroso de estudio y medición del valor de HEA, llegando a la conclusión en el año 2.009 de que la HEA de la ciudad era de 1,24 Kw-h por cada m3 de agua. Y ello sin tener que recurrir al recurso de la desalación, que por sí solo consume más de 4 Kw-h por m3 de agua producido.
En términos globales, el consumo energético derivado del ciclo del agua en España supone aproximadamente un 10% del total de la demanda energética.
Simultáneamente, nos encontramos con que, para producir energía mediante distintas formas, siempre está presente la necesidad de disponer de agua para el proceso de producción. Cualquiera que sea el proceso, es necesaria para la refrigeración y para el intercambio de energía en las fases intermedias del proceso.
Hace tiempo que deberíamos habernos preocupado por esta dualidad agua-energía. Pero más vale tarde que nunca. Por ello, proponemos dos líneas de actuación paralelas: gestión de la demanda del agua (y de la energía) y mejora en la eficiencia de los procesos.
Con respecto a la primera de ellas, las herramientas que debemos utilizar son, por lo menos, la planificación a largo plazo, políticas de precios escalonados y que globalmente recuperen el coste, aplicación de todos los recursos hídricos disponibles, utilización de las mejores técnicas disponibles en todo el ciclo, llevar a cabo intensos programas de sensibilización y adecuación de la normativa a la situación actual.
Con respecto a la segunda, debemos empezar por controlar los consumos a todos los niveles y con toda la tecnología, aplicar diseños eficientes en términos energéticos a los proyectos del ciclo del agua, llevar a cabo auditorías energéticas de forma regular, optimizar los procesos (bombeos, motores, iluminación, instalaciones eléctricas), búsqueda y reducción de fugas de agua, aplicando renovaciones de redes.
A modo de conclusión, vemos que nos encontramos ante un problema complejo, con multitud de agentes implicados. Falta mucha información agregada, y es preciso y urgente profundizar sobre ello, para poder afrontar las notorias ineficiencias en la gestión energética del ciclo del agua, que requiere también de una importante inversión en I+D+I.
En el apartado económico se hace muy necesaria la internalización de todos los costes, sin perder de vista el carácter social y ambiental que tiene el agua, como fuente de vida.
No obstante, esta complejidad es a su vez una fuente de oportunidades para mejorar nuestro bienestar y el del planeta.
Fuente: https://www.iagua.es/